jueves, 9 de mayo de 2013

Gracias, Mr Moyes, buena suerte

publicado en Fútbol Británico


David William Moyes, entrenador de fútbol, rey de Goodison Park las últimas once campañas, se ha ido. Se ha ido a un equipo con más presupuesto, con más posibles, que dirían los castizos. Se le echará mucho de menos en la orilla azul del Mersey.
Llegó en el momento más bajo de la reciente historia de Everton. Los Toffees son uno de los clubes más laureados de Inglaterra (9 ligas) y, allá por el 2002, luchaban por sobrevivir en Premier League. Era un equipo cuyo delantero titular era Danny Cadamarteri bajo la dirección de Walter Smith y que flirteaba con el descenso. Y así, un 14 de marzo, recomendado por el técnico saliente, David Moyes dejaba Preston North End para firmar por los de Goodison.
La temporada terminó con tranquilidad y evitando males mayores. Y comenzó su primera temporada completa con fichajes que le permitiesen modelar un equipo acorde a su carácter y exigencias: solidez defensiva  y trabajo duro. Y así, Everton empezó a ser visto como un equipo de fútbol primitivo y directo, algo injusto y superficial puesto que lo que subyacía era un trabajo colectivo ante la falta de talento, algo que iría corrigiendo poco a poco.
La economía de Everton estaba muy restringida, por lo que la capacidad de Moyes para mejorar la plantilla fue la gran virtud de la que se benefició Goodison. El escocés convenció a gente como Ginola o Blomquist para que pusiesen su talento al servicio de los Toffees, mientras fortaleció su defensa con el internacional nigeriano Joseph Yobo.
Las expectativas cambiaron, por primera vez en muchos años los Toffees se asomaron a los primeros puestos de la clasificación, algo que pasaría a ser lo habitual en años venideros.
Y también hubo que cortar amarras con el pasado.
Para los que piensen que Moyes no ha tenido que controlar un vestuario de egos, es porque no saben de sus enfrentamientos con una leyenda de Everton: Duncan Ferguson. Fue el técnico que terminó sentándole y haciéndole saber que su carrera había terminado. Cuando alguien hable de divas en su vestuario, recuerden que puso firme al tipo más duro que jamás pisó un campo de fútbol.
Los mejores años estaban por venir, así como el listado de aciertos en el mercado. Capítulo especial merece Tim Cahill, procedente de Milwall por la irrisoria cifra de un millón y medio de libras, un chiste por un media punta capaz de aportar goles y entrega. Hay que reseñar los más destacados: Phil Neville, Tim Howard, Leighton Baines, Joleon Lescott, Marouane Fellaini, Steven Pienaar, Seamus Coleman, Phil Jagielka…
Llevó a Everton a romper el Top 4 en la 2004-05. Lo hizo en el año que traspasó a la joven perla de la cantera, Wayne Rooney, con el que, digámoslo suavemente, no se llevó muy bien. El fútbol de los Toffees fue mejorando sin perder su capacidad de sufrimiento y solidez. Empezó la campaña con un centro del campo en el que destacaba la calidad de Thomas Gravesen. Obviamente, la mejora llegó con su traspaso al Real Madrid, puesto que el dinero se utilizó para incorporar, primero cedido, luego definitivo, a Mikel Arteta, un jugador que revolucionó el centro del campo y que formó una sociedad letal con Cahill.
La calidad del fútbol exhibido los últimos años no tiene nada que ver con el de la llegada de Moyes. Hoy, los Toffees luchan por puestos europeos trabajo mediante, sí, pero apostando por llevar el peso del partido y un exquisito trato del balón, mucho mejor del que se le reconoce toda vez que se le encasilló en un estilo anacrónico y directo. Sigue siendo un técnico de la vieja escuela, del clásico fútbol británico que abuchea a los que fingen y que premia la entrega, pero de planteamientos mucho más modernos y capaz de plantar cara a rivales a priori superiores con recursos limitados.
Y esos recursos limitados han propiciado su salida. Nunca ha querido marcharse de Goodison, su gran desafío era construir un club a su imagen y semejanza, algo como lo que hizo (qué ironía) Sir Alex Ferguson en el Manchester United. Y estuvo cerca. La gran apuesta del propietario, Bill Kenwright pasaba por construir un nuevo estadio en las afueras de Liverpool, en Kirkby. Pero el proyecto no fructificó y con ello se perdió la gran baza para captar un inversor que dotase al club con las herramientas necesarias para el éxito en estos tiempos. Y eso limitó el techo que David Moyes podía lograr con Everton.
Devolvió a su sitio a un grande, rescatándolo del declive. Por ello, aun sin títulos, será por siempre un grande de Goodison.
Gracias, Mr Moyes, buena suerte.

viernes, 8 de febrero de 2013

El Beso de la Muerte

(publicado en Futbol Británico)

autor: Oscar DíazEl Emperador Musa de Malí, como buen devoto musulmán, realizó su peregrinación a La Meca en el 1324. La caravana que organizó de Tombuctú a la primera ciudad del Islam fue la más opulenta jamás vista, una ostentosa procesión de oro que repartió con los pobres y las ciudades que atravesó.
Sin embargo, se produjo un efecto fácilmente previsible para los que tienen unos mínimos conocimientos de economía básica: inflación. Y es que la entrada de oro hizo que la correspondencia entre términos reales y monetarios se modificase, disparándose los precios, por lo que unos siguieron siendo igual de ricos y otros aún más pobres.
Justo lo que ha estado sucediendo con los exóticos pretendientes a las doncellas de nuestros amores, los clubes de fútbol. Cuando Roman Abramovich adquirió el Chelsea, muchos se alegraron de la entrada de capital fresco en las arcas gracias a traspasos. Su dinero sirvió para adquirir jugadores de nivel, desembocando en la consecución de títulos de liga, copa y la pasada Champions League, pero a base de sobrepagar por traspasos para fichar a voluntad, produciendo la obvia inflación en el mercado futbolístico. Un dato: al término de la temporada 2004-2005, había gastado 140 millones. No, de euros no, de libras.
Cuando el Jeque Mansour bin-Zayed abrió la bolsa para jugar al Football Manager con personas de carne y hueso, empezó un proceso mucho más acentuado de inflación, elevándose sueldos y salarios y las cuantías por traspaso hasta niveles que desvirtúan definitivamente la competición. No sólo mediante el empobrecimiento generado por la entrada de capital sin correspondencia real, sino por la acumulación de jugadores más allá de los necesarios para completar una plantilla con el mero fin de eliminar a la competencia.
Si el valor del fútbol fuesen 100 unidades, antes se compraban por 100 millones de libras, ahora por 1000 millones aunque sólo son 100, no ha habido un incremento del valor real de las cosas, sino una variación en el paradigma de la propiedad: es como si se emitiesen acciones y, en lugar de repartirse proporcionalmente a los clubes según su valor, se las quedase el generoso inversor, inversión que no es más que una apropiación que conlleva el empobrecimiento general del resto de la liga.
Sí, sube el valor monetario de los jugadores en los demás clubes pero también conlleva un aumento del coste de sueldos y salarios. Si, además, traspasas un jugador a uno de los generosos inversores, no estás recibiendo mucho más de lo que vale, recibes el precio ajustado al nuevo paradigma de mercado. No ganas, simplemente no pierdes. Ah, un efecto secundario es que las entradas también son más caras. Y las camisetas. Vamos, que también nosotros somos un poco más pobres.
Y si el jeque de turno se aburre de su jueguecito, puede pasar lo que le pasó al Portsmouth. Sí, era un equipo histórico inglés, consiguió incluso una FA Cup en 2008. Hoy está al borde de la desaparición, languidece en League 1 tras ser descendido de Championship al entrar en administración por segunda vez en dos años. Y es que si hay que pagar los sueldos comprometidos con los recursos iniciales, la vía de agua está abierta y no hay posibilidad de taparla, abocándose el club al naufragio sin remedio.
Las nuevas medidas que ha aprobado la Premier League para limitar las pérdidas en sus clubes no deben verse como medidas anti-City, sino como un sistema justo de protección del producto que mantendrá una competencia entre los diferentes clubes, evitando una polarización de la liga en la que los ricos sean cada vez más ricos y el resto, cada vez más pobres. Por eso, estas medidas no impiden el romance entre el Rey Shahriar y Sherezade, sino que impiden que, su beso, sea el beso de la muerte.