(publicado en Futbol Británico)
El Emperador Musa de Malí, como buen devoto musulmán, realizó su peregrinación a La Meca en el 1324. La caravana que organizó de Tombuctú a la primera ciudad del Islam fue la más opulenta jamás vista, una ostentosa procesión de oro que repartió con los pobres y las ciudades que atravesó.
Sin
embargo, se produjo un efecto fácilmente previsible para los que tienen
unos mínimos conocimientos de economía básica: inflación. Y es que la
entrada de oro hizo que la correspondencia entre términos reales y
monetarios se modificase, disparándose los precios, por lo que unos
siguieron siendo igual de ricos y otros aún más pobres.
Justo
lo que ha estado sucediendo con los exóticos pretendientes a las
doncellas de nuestros amores, los clubes de fútbol. Cuando Roman Abramovich adquirió el Chelsea,
muchos se alegraron de la entrada de capital fresco en las arcas
gracias a traspasos. Su dinero sirvió para adquirir jugadores de nivel,
desembocando en la consecución de títulos de liga, copa y la pasada Champions League,
pero a base de sobrepagar por traspasos para fichar a voluntad,
produciendo la obvia inflación en el mercado futbolístico. Un dato: al
término de la temporada 2004-2005, había gastado 140 millones. No, de
euros no, de libras.
Cuando el Jeque Mansour bin-Zayed abrió la bolsa para jugar al Football Manager
con personas de carne y hueso, empezó un proceso mucho más acentuado de
inflación, elevándose sueldos y salarios y las cuantías por traspaso
hasta niveles que desvirtúan definitivamente la competición. No sólo
mediante el empobrecimiento generado por la entrada de capital sin
correspondencia real, sino por la acumulación de jugadores más allá de
los necesarios para completar una plantilla con el mero fin de eliminar a
la competencia.
Si el valor del fútbol fuesen
100 unidades, antes se compraban por 100 millones de libras, ahora por
1000 millones aunque sólo son 100, no ha habido un incremento del valor
real de las cosas, sino una variación en el paradigma de la propiedad:
es como si se emitiesen acciones y, en lugar de repartirse
proporcionalmente a los clubes según su valor, se las quedase el
generoso inversor, inversión que no es más que una apropiación que
conlleva el empobrecimiento general del resto de la liga.
Sí,
sube el valor monetario de los jugadores en los demás clubes pero
también conlleva un aumento del coste de sueldos y salarios. Si, además,
traspasas un jugador a uno de los generosos inversores, no estás
recibiendo mucho más de lo que vale, recibes el precio ajustado al nuevo
paradigma de mercado. No ganas, simplemente no pierdes. Ah, un efecto
secundario es que las entradas también son más caras. Y las camisetas.
Vamos, que también nosotros somos un poco más pobres.
Y si el jeque de turno se aburre de su jueguecito, puede pasar lo que le pasó al Portsmouth. Sí, era un equipo histórico inglés, consiguió incluso una FA Cup en 2008. Hoy está al borde de la desaparición, languidece en League 1 tras ser descendido de Championship al
entrar en administración por segunda vez en dos años. Y es que si hay
que pagar los sueldos comprometidos con los recursos iniciales, la vía
de agua está abierta y no hay posibilidad de taparla, abocándose el club
al naufragio sin remedio.
Las nuevas medidas que ha aprobado la Premier League para limitar las pérdidas en sus clubes no deben verse como medidas anti-City,
sino como un sistema justo de protección del producto que mantendrá una
competencia entre los diferentes clubes, evitando una polarización de
la liga en la que los ricos sean cada vez más ricos y el resto, cada vez
más pobres. Por eso, estas medidas no impiden el romance entre el Rey Shahriar y Sherezade, sino que impiden que, su beso, sea el beso de la muerte.